Mi Historia

Escrito por Rebecca Raider


Dejar atrás todo lo que se ama es una de las experiencias más duras de la vida.

Y si a eso, le sumas el hecho de que también se deja atrás todo lo que se conoce, para empezar de cero, en un lugar totalmente desconocido y sin saber cómo irán las cosas, hace aún más extrema dicha situación.

Y sin embargo cada día miles de personas deciden hacerlo.

¿Por qué hacer semejante cosa?

¿Por qué exponerse a tanto sufrimiento?

Bueno, las respuestas a estas preguntas dependen de las personas a quienes se les hagan, y los motivos pueden ser tan variados como lo somos los mismos seres humanos.

Historias de guerras, miseria, hambre y persecución suelen ser las fuerzas que mueven a las personas que se deciden a emigrar y aventurarse a lo desconocido.

Mis razones no se cuentan entre las antes mencionadas, pero igualmente fueron poderosas; tanto como para obligarme a dejar mi hogar en San José – Costa Rica y obligarme a desplazarme miles de kilómetros a Lérida – España.

Pasé varios meses preparándome para hacer este viaje.

Cada día dedicaba varias horas a escoger entre de mis pertenecías, aquellas cosas que sería imprescindible llevar conmigo.

Tengo que estar agradecida con Dios porque no dejaba absolutamente todo atrás, como les ha tocado hacer a muchos otros emigrantes.

Además, tampoco iba a emprender este viaje sola: mi esposo y mis dos niñas pequeñas de nueve y cuatro años también venían.

Al llegar el día de partir ya había logrado deshacerme de muchas cosas, sin embargo, no era igual con los sentimientos.

No quise hacer grandes despedidas, ni tampoco muy emotivas, quería sentir que pronto vería a mis seres queridos de nuevo.

Después de algún tiempo me arrepentí profundamente de esta decisión, porque efectivamente, esa fue la última vez que vi a algunas personas importantes para mí.

Llegamos a Lérida un día de invierno, en el que la famosa Boira (niebla en catalán), hacía gala de su poder, impregnando la cuidad de una fina capa de humedad y cortándole el paso a los rayos del sol.

Ese año, el invierno fue particularmente intenso y la Boira se adueñó de la cuidad por varios meses.

Algunas veces me sentía como uno de los personajes de la película “Los Otros” de Alejandro Amenábar.

Sentía que estaba atrapada en un estado incierto del que no era del todo consciente.

Quizás entre la vida y la muerte.

Caminar por el casco antiguo de la cuidad leridana era una experiencia sobrenatural para nosotros.

Entre calles estrechas y empedradas, rodeadas por edificios antiguos algunos con hermosas fachadas. Tan diferentes a las calles de las cuidades de Costa Rica.

Era justo como estar dentro de una película.

Nuestro hotel, estaba ubicado en plena calle mayor, era un edificio histórico y claro, no tenía ascensor.

En nuestra habitación había un bonito balcón con un gran ventanal, lo separaban de la habitación dos puertas de madera. Aquí había dos poltronas y a mi hija pequeña le encantaba estar allí. De hecho, llamada a su padre para tener conversaciones privadas con él allí a diario.

Poco tiempo después de que lográramos conseguir un piso y mudarnos del hotel, lo cerraron; actualmente sigue así. Un testigo mudo de nuestra primera incursión en esta ciudad.

Una de las cosas que más nos llamaban la atención era la Seu Vella (la vieja catedral).

Una edificación imponente que dominaba el paisaje desde la más alta colina.

Junto a la Seu se encuentran los vestigios del castillo del Rey.

Nunca habíamos visto una construcción humana que tuviera tantos años. Nos dejaba mudos, cuando la veíamos aparecer entre la boira.

Esta experiencia mágica, también lo era para nuestras pequeñas.

Tanto es así que nuestra hija pequeña corría a esconderse cada vez que escuchaba sonar unas campanas.

Cuando le preguntamos porque lo hacía, nos respondió que era porque tenía miedo de que se la llevará un dragón.

Lo entendíamos perfectamente, porque incluso nosotros esperábamos que algo sobrenatural sucediera.

En ese momento yo no lo había notado, pero el dragón sí que existía, vivía dentro de mi alimentándose de mis miedos y robándome el sueño por las noches.

Encontrarme en medio de una cuidad desconocida en la que se hablaba otro idioma, hacía de las cosas más insignificantes, grandes hazañas.

La comunicación con los locales era muy difícil, porque, aunque nos hablaran en español, no les entendíamos.

Las mismas palabras no significaban lo mismo.

...

Ahora veo con mayor claridad las cosas y la Boira ya no me hace sentir atrapada.

Creo que la reconozco como un rasgo temporal de esta tierra que me ha recibido y me ha aceptado.

Entiendo porque los leridanos están orgullosos de ella.

Ciertamente después de muchos días de Boira se aprecia más el brillo del sol.