Mi vida en dos maletas

Escrito por Rebecca Raider

Desembarcar en la estación de trenes de Lérida, fue la culminación de un viaje lleno de expectación y de varios días de duración.

Estábamos cansados y teníamos ante nosotros una nueva vida y mucha incertidumbre.

Gera seguramente tenía tanto miedo como yo.

Gracias a Dios, las niñas no eran muy conscientes entonces de la envergadura de la situación. Para ellas este viaje era toda una aventura.

Llegamos a Lérida el 14 de diciembre del año 2013.

Aquella estación desolada, y el paisaje circundante era tan diferente a lo que yo estaba acostumbrada.

Era invierno, y la ciudad estaba gobernada por una espesa neblina blanca. Que los habitantes del lugar ya reconocen como un rasgo típico del clima local. Le llaman Boira, que es la traducción de niebla al catalán.

En Costa Rica, el país del que provengo, el clima es tropical, no existe el invierno.

Siempre hay flores y hay verde por doquier.

Así que este paisaje me parecía un tanto irreal.

En la entrada de la estación nos esperaba un familiar lejano de mi esposo. Su nombre es Neus, una mujer de mediana edad con la que Gera había mantenido algunas conversaciones a través de una red social.

Venía con su pequeña hija y traía globos para las mías.

Nos ayudó a conseguir un taxi y nos indicó que nos acompañaría a instalarnos en el hotel.

El taxi pronto quedo abarrotado con nuestro equipaje y Neus se ofreció a llevar a Mili.

Mi hija más pequeña, que por entonces tenía 4 años.

Aceptamos y nos subimos al taxi.

El hostal la Mundial está en la calle mayor de Lleida, Lérida en catalán, no hay acceso a coches, por lo que el taxista nos dejó frente a la puerta antigua de la cuidad.

Yo me quede allí con la mayoría del equipaje, mientras Gera y Sofia, mi hija de 9 años, iban a hacer el check in al hostal.

Al ver que el tiempo pasaba y Neus no aparecía, sucumbí a la desesperación.

Me azotaron como una tormenta todas las advertencias que me dieron mis familiares en Costa Rica: “no confíes es nadie”, “no descuides a las niñas”, “no les sueltes la mano”.

Allí, justo en frente de la emblemática estatua de Indivil y Mandoni junto a 2 maletas, empecé a llorar desconsoladamente.

Las personas pasaban impasibles a mi lado.

De repente una joven en patines se detuvo a tratar de consolarme.

Se ofreció a ayudarme y a prestarme su móvil para llamar a Neus.

Esa chica, jamás entenderá lo agradecida que estaré con ella toda la vida, por su acto de bondad.

Logre recomponerme y unos minutos después apareció Neus con Mili.

Me volvió el alma al cuerpo, Neus no entendió mi desconcierto, no entendía que para mí ya habían sido demasiadas perdidas, y el miedo me dominaba.

Finalmente, nos quedamos solos en la habitación, tratamos de organizarnos un poco y caímos rendidos.

No logre conciliar el sueño, entre el jet lack, y los acontecimientos de los últimos meses que se apoderaban de mis pensamientos, era imposible dormir.

A diferencia de la mayoría de las personas emigrantes que he conocido en España, nosotros no venimos buscando un mejor nivel de vida económico, tampoco huíamos de la inseguridad, ni de la guerra.

Gera tenía un buen trabajo, era gerente de una compañía americana con sede en Costa Rica, ya tenía 10 años trabajando allí.

Yo trabajaba en un centro turístico.

Con mucho esfuerzo habíamos construido 2 casas. Y vivíamos en una de ellas, que habíamos construido en un terreno que era de su padre y les heredo en vida a sus hijos.

Así que todos los hermanos de mi esposo también construyeron sus casas allí.

Los primeros años viviendo allí no tuvimos problemas, pero todo eso cambio cuando Gera y yo empezamos a estudiar la Biblia.

Fue como hacerles una declaración de guerra.

Empezaron a tramar planes contra nosotros, llenos de injurias e injusticias. Con el fin de quedarse con las propiedades y deshacerse de nosotros.

Tratamos de defendernos legalmente, pero era desgastante, no solo económicamente, sino que también física y emocionalmente.

Era muy duro, sobre todo para Gera porque amaba a sus hermanos y a sus padres.

No entendía como de la noche a la mañana habían cambiado tanto con nosotros y que no sintieran compasión por las niñas.

Yo nunca fui santo de su devoción, y cuando se dieron cuenta que no iba a poder darle un hijo barón a Gera, me convertí en algo remplazable.

Un día después de tener que defenderme ante la policía de falsas acusaciones, sentí que ya no soportaría más.

Caí de rodillas y con una súplica ferviente le pedí a Dios que me diera una salida de esta situación.

Ese mismo día nuestro abogado nos recomendó alejarnos todo lo que pudiéramos de la familia de Gera. Así que empezamos a buscar lugares para irnos.

Después de varios reveces y de cambios a última hora, terminamos por elegir Lérida.

Esta cuidad del otro lado del mundo seria nuestro refugio.

A partir de entonces empecé a deshacerme de todo cuanto tenía.

Soy una coleccionista innata, tenía muchas cosas que involucraban sentimientos y sacrificios. Muchas de mis pertenencias estaban atadas a un recuerdo.

Traté de vender cuanto pude, necesita guardar todo el dinero que pudiera para asegurar que tendríamos techo y comida hasta que consiguiéramos trabajo.

Fue entonces cuando descubrimos que no teníamos tantos amigos como pensábamos, muchas personas, al saber que nos íbamos a España trataban de sacar tanto provecho de nosotros como pudieran.

Fue un proceso doloroso.

Finalmente llego el momento de dejar la casa, dos semanas antes del esperado viaje, sacamos lo último que pudimos y cerramos la puerta por última vez.

Todos nos vimos afectados, sobre todo Sofia. Tuvimos que llevarla al médico porque se enfermó.

Ella si entendía que no volvería a dormir en su habitación que tanto quería.

Yo se la había decorado como si fuera un prado en una pintura. Tenía flores en las paredes y nubes en el techo.

No lloro al salir de allí, pero el dolor se reflejó en su cuerpo.

Puse mi confianza plenamente en Dios y las dos semanas siguientes vivimos en distintas casas de mis familiares.

Cada día yo tenía la tarea de reducir un poco más lo que llevaríamos con nosotros.

Era una tarea titánica, decidir que era absolutamente necesario y que no.

Los pasajes de avión nos permitían llevar dos maletas por persona, pero las chicas eran muy pequeñas para cargarlas. Así que solo llevamos cuatro y el equipaje de mano.

Entre las cosas que considere imprescindibles estaban 2 mantas, una manera de asegurarme que si teníamos que dormir bajo un puente al menos las niñas tendrían cobijo.

También un abrigo de invierno para cada uno, que conseguí en una tienda de segunda mano. Aunque estos no cumplieron bien su labor, yo no supe bien como escogerlos.

En Costa Rica no había ropa apropiada para el crudo invierno de Lérida.

Entre recuerdos y crujidos de estómago me sorprendió mi primer amanecer en el Hostal.

Nos aventuramos a salir y buscar un lugar para desayunar.

Escogimos un lugar que parecía limpio y económico.

El primer problema, el idioma.

Aquí principalmente se habla el catalán, y aunque se supone que el español es el mismo resulta que no. Una palabra puede tener significados muy distintos.

Por ejemplo, en Costa Rica un menú es el impreso que te dan en los restaurantes con los platos que ofrecen. Aquí un menú es una selección de dos platos que se prepara para la hora del almuerzo, y generalmente incluye bebida.

Aquí el almuerzo es lo que en Costa Rica sería el desayuno.

En fin, que no sabíamos que pedir, ni como pedirlo y cuando pedíamos algo, la posibilidad de que fuera algo diferente a lo que esperábamos era muy alta.

Otro inconveniente con el topamos fue que aquí la mayoría de los negocios cerraban los domingos, y entre semana cierran de 2 a 5 de la tarde.

En mi país estaban abiertos, sobre todo los supermercados, casi todo el tiempo.

Con forme pasaban los días se nos presentaba un nuevo reto y éramos más conscientes de lo lejos que estábamos de casa.

Vivir en el hostal nos estaba resultando muy caro, buscar un piso para alquilar era una prioridad.

Salíamos a caminar, sin entender aún muy bien lo de los horarios buscando lugares con rótulos de lloguer, Se alquila en catalán.

También preguntábamos en los negocios, así llegamos a unas Fincas, que es como aquí llaman a las agencias inmobiliarias.

La ley aquí establece que para sacar los documentos de residencia hay que estar empadronado. Y para estar empadronado tienes que presentar un contrato de alquiler o en su defecto las escrituras de una propiedad a tu nombre.

Y para poder alquilar un piso o comprarlo necesitas los documentos de residencia.

A pesar de dicha paradoja y gracias a la ayuda de Dios, el encargado de la finca hizo una excepción por nosotros y nos alquiló un pequeño apartamento.

Ese mismo día nos mudamos del hostal.

Estaba amueblado, aunque los muebles y enseres eran muy antiguos, todo funcionaba.

También tuve que aprender a usar los aparatos eléctricos, algunos muy diferentes a los de Costa Rica.

Aprender a hacer una buena compra en el supermercado, ha sido un proceso un poco largo.

En Costa Rica iba a un supermercado que era muy económico, aquí no hay un supermercado así, debes ir a varios buscando las ofertas.

El siguiente reto fue encontrar trabajo.

Gera tenía momentos de gran preocupación, él siempre ha sido un buen proveedor y enviaba cientos de currículos sin obtener respuesta.

Finalmente consiguió un trabajo como ayudante de un agricultor de fruta.

Trabajaba muchas horas y tenía que caminar mucho para llegar a los campos de fruta.

Trabajaba en unas condiciones muy duras, bajo el sol, de hecho, los agricultores aquí tienen un dicho que dice que el sol de Lérida no calienta, muerde.

Gera logro resistir en ese trabajo por un año, adelgazo 25 kilogramos mientras trabajaba allí.

Físicamente ese trabajo le pasaría factura más adelante.

Era mal pagado y nunca tuvo ni le pagaron vacaciones, menos una liquidación al finalizar el contrato.

Después consiguió un trabajo en una empresa de limpieza, donde las condiciones mejoraron un poco pero aún no estaban totalmente dentro de la legalidad.

Estuvo allí 6 años hasta que se lesionó la espalda y ya no pudo más.

Yo trabaje 5 años como empleada doméstica, en negro, ósea al borde de la legalidad.

El día que me fui de allí la señora de la casa, se fue para no tener que despedirse de mí. Yo diría que más bien se fue para no darme explicaciones, y no me dio ni las gracias.

Durante este tiempo comprendí que aquí los latinoamericanos somos considerados ciudadanos de segundo nivel o menos.

Muchos catalanes tienen prejuicios con respecto a nosotros y muchos otros están dispuestos a aprovecharse de nuestras necesidades.

Como en todos los lugares del mundo hay personas sin escrúpulos a las que solo les interesa el dinero.

Creo que la mayoría de estos prejuicios están alimentados por la ignorancia.

Muchos piensan que somos lentos, y faltos de cultura.

Y muchos creen que no estamos al mismo nivel de los españoles y que no debemos tener los mismos derechos.

Dividen América en Estados Unidos y Sudamérica. Nos ponen a todos dentro de un mismo saco.

Me han insultado por mi acento y se han aprovechado de mi bondad.

Completos desconocidos me han tratado tan mal que me han hecho llorar.

En una ocasión un conductor de autobús se saltó una parada, justamente en la que debía bajarme, cuando fui a preguntarle porqué, empezó a actuar como si no entendiera mi idioma.

Saque mi celular para hacerle una fotografía y me lo arrancó de las manos, después lo arrojó con fuerza al piso.

Apenas pude recoger el teléfono, y bajarme del autobús. Nadie en el autobús dijo nada.

Normalmente si eso le pasa a un catalán, todos los demás intervienen.

Fui a poner una denuncia a la empresa de autobuses y a la policía y tampoco hicieron nada.

El conductor siguió trabajando muy tranquilamente sin ningún tipo de sanción.

Y bueno que puedo decir del trato que he recibido en la Delegación de la Policía Nacional cada vez que he tenido que ir a hacer un trámite migratorio.v

Me han tratado con tanto desprecio que solo de pensar en ir a renovar el documento de residencia o tener que llevar a las chicas me da dolor de estómago.

Comprendo bien que las personas nacidas aquí amen su tierra, pero despreciar a otros por no haber nacido aquí, eso no lo entiendo.

Muchos otros nos acusan de quitarles los trabajos, o de ser quienes solicitan las ayudas gubernamentales.

Yo pienso que lo que nos hace falta es más empatía.

Sobre todo, porque hace menos de 100 años, los españoles fueron los que emigraron a nuestros países huyendo de la guerra.

Creo que la mayoría de latino americanos que vivimos aquí ya sufrimos bastante por lo que dejamos en nuestros países.

Yo sufro cada día por la familia que dejé. Por aquellos a los que no abracé lo suficiente.

Por las despedidas que resultaron ser un adiós para siempre.

Extrañaba tanto a mis seres queridos, que en ocasiones se me aparecían como fantasmas, en las calles llenas de bruma.

Corrí muchas veces detrás de un rostro que resultó ser un engaño de mi mente.

Añoro las tazas de café humeante acompañadas de conversaciones banales, añoro entrar en un lugar y que el dependiente me reciba con una sonrisa.

Extraño la sazón de la comida tica.

Mi pequeña Mili de vez en cuando me decía que fuéramos a comer a la casa de la tita lola, sin comprender lo lejos que estábamos de ese lugar y que a mí se me hacia un puño el corazón.

Muchos costarricenses al emigrar a otros países pierden su acento, supongo yo que es un intento de camuflaje.

Yo, sin embargo, no lo he hecho, primeramente, por la advertencia de mi padre y segundo porque comprendo muy bien que es parte de mi identidad.

Se muy bien que la Costa Rica que dejé cambia y evoluciona con el tiempo, ya no es el mismo lugar, yo tampoco soy la misma persona, pero siempre seré tica.

Con el paso de los años las chicas si han cambiado su acento, y Mili ya no recuerda nada de Costa Rica.

Sus profesores catalanes les han dejado claro que no son catalanas ni lo serán, aunque hablen perfecto catalán y tengan ancestros catalanes.

Porque para ellos, vivir toda una vida en un lugar no es tan importante como nacer en él.

Peor aún, para algunos catalanes tampoco importa si has nacido aquí.

Me preocupa que les enseñen que no tienen los mismos derechos.

Espero que al menos profesionalmente no las descalifiquen como a nosotros.

Una de las formas despectivas que usan para insultarnos es decirnos panchitos, si les preguntas ni siquiera saben por qué.

Una de las explicaciones que encontré es que nos dicen así por Pancho Villa.

Y decidí quedarme con esa, porque al menos era un hombre que luchaba por lo que creía y era un líder valiente.

En fin, si me preguntan si me arrepiento de haber hecho este cambio tan grande en mi vida, diría que no.

Dejar todo cuanta tenia, y pasar dificultades nuevas en un viejo mundo me ha hecho más fuerte.

Prefiero que me insulten desconocidos a que lo hagan las personas que se supone que deben quererte.

Ahora sé, que por más que lo intenté no acerté del todo con lo que traía en las 2 maletas.

Y que el equipaje que más pesa se lleva en el alma.